¿Leer la Biblia? ¡Qué aburrido!
Esa es la respuesta de muchos creyentes que se conforman sólo con asistir de manera tradicional a una iglesia el domingo por la mañana.
Leer la Biblia tiene muchos beneficios, muchos más de los que imaginamos; produce dicha, gratitud, gozo, paz. Evita que practiquemos el pecado de manera continua. Nos hace estar alerta todo el tiempo. Hace que nuestros deseos más profundos sean santos y nos libra del temor.
En los primeros ocho versos del Salmo 119 podemos encontrar todos estos beneficios espirituales, emocionales y físicos. La Biblia es un libro que transforma; tiene el poder de dignificar al ser humano sin importar en qué condiciones se encuentre. Su efecto trasciende las barreras sociales, económicas, culturales, etc.
Probablemente, esto arroje un poco más de luz al respecto del por qué en algunos países la lectura de la Biblia está prohibida.
Si esto y más produce su lectura ¿por qué la vida de muchos cristianos refleja todo lo contrario? Conozco cristianos que tienen un plan de lectura anual y lo han llevado a cabo por años pero sus valores y prioridades; su salud emocional y espiritual; la administración de su tiempo y recursos ¡no han tenido ningún cambio durante el tiempo que llevan “leyendo la Biblia”!
El salmista asocia el conocer con el andar diario. Lo primero influye en lo segundo en la vida real. En la mente del salmista no existía tal cosa como la vida secular y la vida religiosa. Esa dicotomía ha hecho que los cristianos no veamos cómo los principios bíblicos encajan en nuestro día a día. Un joven se pregunta ¿cómo la Biblia puede ayudar en su adicción sexual? Un padre de familia se pregunta ¿qué puede hacer para organizar mejor sus finanzas? Un recién graduado no encuentra dirección el domingo por la mañana respecto a su vida laboral. Estas y más circunstancias nos mantienen alejados del poder transformador de la Palabra de Dios.
Conocer y hacer son dos elementos que en la Biblia no se separan. El efecto en la vida del salmista fue “buscar a Dios con todo su corazón” y ¡oh, qué dicha vivir a la luz de lo leído!
Cuando él examinaba el texto bíblico y miraba su vida, su corazón producía un anhelo profundo: no ser avergonzado. Él quería estar a la altura de lo que leía. Él quería vivir la satisfacción de no ser humillado por la Palabra de Dios. Entre más conozcas y vivas a la luz de lo conocido, menos avergonzado serás.
Fue en medio de este anhelo que exclamó: ¡no me abandones!
¿Qué anhelos hay en ti el día de hoy?
¿Crees que Dios te abandonaría en una circunstancia similar?